Después de ir al Nemo y de pedalear por el Voldenpark, dedicamos la tarde a callejear sin rumbo...
Lo que sí procuramos fue alejarnos un poco de las calles más céntricas. Teníamos ganas de un poco de tranquilidad.
Y bueno, la verdad es que no nos costó mucho encontrar calles más tranquilas, con vida como más de barrio, sin tantos turistas.
Y esas casas tan características y muchas de ellas adornadas con flores.
Hasta bicis adornadas con flores! Porque eso sí, bicis hay por todas las esquinas!
También nos acercamos a la casa de Ana Frank, a ver si había suerte y podíamos entrar. Pero no, no hubo suerte. Había una cola gigante, así que nos quedamos con las ganas. Pero bueno, así tenemos una excusa para volver ;-)
Empezaba a caer la tarde y la luz era maravillosa. Me encanta como los holandeses aprovechan cualquier ocasión y cualquier rinconcito para disfrutar del sol y del aire libre. Fijaos en la encantadora terraza de la casa flotante de la foto de abajo. Y también en la fotografía de arriba, ¿os habéis fijado en las piernas que asoman detrás de la puerta? ¡Es genial, tomando el solete en la acera!
Tienen unas calles estrechísimas y aún así se las ingenian para poder tener árboles, plantas y flores por todas partes, ¡me encanta!
La luz del atardecer en los canales es algo que merece la pena ver...
Hasta que anochece. ¡Entonces empiezan a encenderse luces por todas partes!
Me encantaron las calles estrechas con esas guirnaldas de bombillas de un lado a otro.
Sin duda Ámsterdam es una ciudad maravillosa para visitar con niños.